Colombia: La dignidad y las mentiras

David Barzallo Guaraca

Pese a que durante el año 2020 en Colombia fueron asesinados 310 líderes sociales. Pese a que durante la pandemia quebraron más de medio millón de pequeños negocios y la economía tuvo un desplome de cerca del 7% sin que el gobierno logre diseñar un plan de vacunación efectivo. Pese al hecho de que la reforma tributaria que encendió la chispa de las protestas en las calles proponía incluir en el cobro del IVA -que en Colombia ya es del 19%, uno de los más altos de la región- a los productos de consumo básico y a los servicios públicos de agua, luz y gas en un país donde 2.3 millones de familias ingieren menos de tres comidas al día. Pese a que la represión y la escalada de violencia policial contra la población civil han superado en mucho menos tiempo el número de heridos, detenidos y muertos que han ocurrido en otros estallidos recientes de similares características (Ecuador, Chile, Hong Kong). Pese a toda esta evidencia abrumadora, según el presidente Lenin Moreno lo que ocurre en el vecino país no es una legítima protesta social sino una compleja operación de desestabilización internacional financiada y dirigida por Nicolás Maduro, desde Venezuela.

Esta versión descabellada y ridícula no fue comentada en privado, ni bajo los efectos del alcohol. Fue parte del discurso de cierre que Moreno, en calidad de orador principal, brindó a los asistentes al foro “Defensa de la Democracia en las Américas” organizado por el “think tank” ultraconservador “Instituto Interamericano para la Democracia” en la ciudad de Miami. Pocos minutos después, el expresidente Andrés Pastrana y algunos medios de comunicación colombianos como RCN, Semana o NTN24 se hacían eco de las declaraciones de Moreno y empezaban a configurar alrededor de las manifestaciones una narrativa de agitación vándalo-terrorista apoyada por intereses externos, mientras solicitaban la militarización del país.

Por otra parte el expresidente Álvaro Uribe -padrino político de Duque- que ya había exacerbado las redes sociales con llamados a la violencia desde antes del paro, publicaba el 3 de mayo un mensaje en el que, además de calificar a los protestantes de “terroristas” y solicitar una intervención militar, pedía a la fuerza pública resistir la “revolución molecular disipada”, haciendo referencia a una extravagante invención del entomólogo y neonazi chileno Alexis López, que consiste en justificar el uso desmedido de la fuerza por parte de policías y militares bajo el supuesto de que todo tipo de manifestación y protesta social contemporánea es equiparable con objetivos militares de carácter terrorista o guerrillero que pretenden únicamente generar un caos sistemático, violento y permanente contra toda la sociedad, careciendo además de una cabeza visible, y por tanto de objetivos o reivindicaciones legítimas.

En los últimos tres años, Alexis López fue invitado al menos dos veces como conferencista a la Universidad Militar Nueva Granada, donde se forman académicamente la mayoría de oficiales de alto rango del ejército colombiano. En dichas conferencias logró convencer a decenas de oficiales sobre la necesidad de actuar con mano dura ante las protestas del futuro. A pocos días de iniciadas las manifestaciones, apareció un artículo editorial publicado en la página web oficial del Colegio de Coroneles bajo el título “Revolución Molecular Disipada: explicación sociopolítica de nuestra violencia urbana” que interpreta la manifestación popular legítima como la fachada de un movimiento ilegal y terrorista donde el manifestante pasa a convertirse en un “enemigo del estado” que debe ser exterminado. Poco importa que la “teoría de revolución molecular” tan descentralizada contradiga de frente la teoría del intervencionismo venezolano, también invocada por los mismos actores. Esa retórica contradictoria, bélica y consistentemente absurda justifica plenamente el uso de la violencia, y de hecho así ha ocurrido. De forma tan abrumadora que el conteo de muertos, heridos y desaparecidos aumenta día a día como si se tratase de un parte de guerra.

La represión sin antecedentes a las movilizaciones sociales en Colombia ya se han cobrado la vida de por lo menos 35 personas según reportes oficiales de la Fiscalía, aunque organizaciones de la sociedad civil como el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) y la ONG Temblores elevan la cifra a 47 personas asesinadas, 39 de las cuales habrían sido víctimas de la policía y 3 víctimas de violencia basada en género. A estas cifras escalofriantes de muertos se suman 362 víctimas de violencia física; 1055 detenciones arbitrarias; 16 víctimas de violencia sexual; 30 personas vaciadas uno o ambos ojos; 442 intervenciones violentas en el marco de marchas pacíficas; 133 casos de disparos de arma de fuego y 548 personas desaparecidas. En algunas ciudades como Cali, la organización Human Rights Watch ha documentado el uso de tanquetas provistas con un sistema de lanzadores de proyectiles múltiples de última generación denominado “Venom” que nunca antes se había utilizado contra la población civil en el continente americano. Policías vestidos de civil han sido denunciados por efectuar disparos contra manifestantes. Ha habido acusaciones de presencia paramilitar intimidando y acosando a manifestantes pacíficos. Se han capturado agentes infiltrados y videos que muestran a la policía provocar disturbios e incendios. Inhibidores de señal han sido utilizados para impedir a las personas conectarse a internet o transmitir en vivo la represión en algunas ciudades. Una joven de 17 años se suicidó luego de denunciar haber sido víctima de agresión sexual por parte de policías en un puesto de mando. Ciudadanos residentes en condominios privados han abierto fuego en contra de indígenas, etc.

Pese a que el presidente Duque retiró su proyecto de reforma tributaria y paralizó el proyecto de compra de 24 aviones de guerra -cuyo costo representaba casi la mitad de lo que se esperaba recaudar con la reforma fiscal- las protestas no han menguado y la represión ha ido escalando a medida que el relato sobre el vandalismo y la influencia extranjera se han posicionado en los medios, intentando establecer una equidistancia entre la eventual violencia de las protestas y la violencia de la represión, sin tomar en cuenta sus orígenes diferenciados ni sus enormes diferencias prácticas; o por lo menos la cantidad de muertos y heridos en cada “bando”.

Ha sido la prensa internacional, en particular la europea, y el empuje solidario de las redes sociales, artistas y personalidades del espectáculo (paradójicamente muy pocos artistas colombianos se han pronunciado) lo que ha permitido, al menos en parte, romper el cerco mediático, las fake-news y las narrativas delirantes de personajes como Uribe o Moreno. Sin embargo es muy difícil advertir cual será el horizonte de estas protestas.

Algunos analistas señalan que Colombia no volverá a ser igual luego de este episodio, pero no queda claro si mejorará o empeorará. Resulta muy difícil ubicar a los actores políticos que puedan capitalizar la rabia y la indignación popular. Gustavo Petro, que ha sido falsamente señalado por los uribistas como el instigador de la protesta, ha tenido algunas de las declaraciones más sensatas de todo el espectro político, pero no es verdad que tenga una influencia determinante sobre el devenir de las manifestaciones que se ubican en un estadio que va más allá de lo ideológico-partidista como también ocurrió en Chile, Ecuador o Perú. Sin embargo, a diferencia de esos países, donde existían interlocutores definidos (mov. Indígena en Ecuador) y demandas más concretas (Constituyente en Chile, elecciones en Perú) en Colombia parece haber únicamente la voluntad represiva y la resistencia estoica de una juventud que está tensando la cuerda hasta límites incalculables donde la renuncia de Duque sería la única salida.

Más allá de la reforma tributaria, el manejo de la pandemia o la doctrina de violación de los DD.HH la situación colombiana parece advertirnos sobre los límites de las políticas neoliberales en los países de nuestra región. Rota la ficción de la igualdad ante la ley o de la existencia de contrapesos institucionales, la frágil democracia en nuestros países se ha revelado como una plutocracia autoritaria que sirve para proteger a los corruptos y reprimir a los pobres, con la inestimable ayuda de intelectuales y medios de comunicación que están dispuestos a “construir una narrativa” o, en otras, palabras, dispuestos a mentir para que se generen las condiciones ideales de represión y expolio. A tenor de las declaraciones del futuro ministro de finanzas, el camino del Ecuador no será muy distinto.

Sin embargo el problema de fondo, como señala la profesora Wendy Brown en su magnífico ensayo “El pueblo sin atributos”, es que la denominada “razón neoliberal” es fundamentalmente incompatible con la dignidad humana. Un sistema que obliga a que tanto los Estados como los individuos tiendan a funcionar como el modelo de empresa contemporánea, es decir: maximizar su valor de capital en el presente y su valor futuro a través de la explotación sin límites, la constante búsqueda de inversión y crecimiento a toda costa y el riesgo como factor aliciente no puede sostenerse en el tiempo sin provocar grandes problemas y desigualdades que eventualmente conducen a procesos de conflictividad social que terminan estallando, con la particularidad de que hoy en día, las redes sociales permiten un intercambio más horizontal y formas más descentralizadas de participación. Este ciclo (indignación-protesta-represión) puede repetirse muchas veces a lo largo del tiempo, ya que la propia naturaleza del neoliberalismo radica en agudizar la desigualdad, provocar nuevas crisis y buscar la forma de capitalizar los sentidos (la famosa narrativa) para repetir el ciclo bajo nuevas condiciones.

Aunque la protesta ha sido fundamental en términos históricos para generar los cambios sociales más duraderos, por sí sola no es suficiente. Es necesario dotarla de un sentido político y de un horizonte estratégico que permita disputar demandas concretas, más allá inclusive de lo electoral. Caso contrario, la reacción conservadora es implacable, y tiene a su favor el poder económico y mediático capaz de reescribir la realidad o de borrarla por completo.  

Colombia se encuentra en una encrucijada histórica que atañe a todo el continente, en donde las fuerzas populares llevan las de perder. Pero las semillas que ha sembrado la generación que le plantó cara al Uribismo germinarán tarde o temprano, aunque cubran de cemento, muerte y desmemoria la tierra fértil donde han caído.


Fuentes:

Avila. A (2019) Detrás de la Guerra en Colombia. Bogotá. Planeta

Aparici. R (2019) La posverdad: Una cartografía de los medios, las redes y la política. Madrid. Gedisa

Brown. W (2017) El pueblo sin atributos: la secreta revolución del neoliberalismo. Ed Kindle. Amazon. 

https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-57052623

https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-56932013

https://www.rollingstone.com.co/actualidad/protestas-dialogos-y-reformas-hacia-donde-va-el-pais/ 

https://www.infobae.com/america/colombia/2021/05/10/indepaz-y-temblores-ong-elevan-a-47-la-cifra-de-asesinados-durante-11-dias-de-manifestaciones-en-colombia/

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Kapari Comunicación

Red de Comunicación Comunitaria Ecuador