El capitalismo flexible, el modelo neoliberal y la consecuente inestabilidad, promueven un proletariado que lucha día a día contra la incertidumbre, pues en relación al esclavo, y al siervo, el proletario moderno no solo carece de los medios para su subsistencia, sino que además ve disminuida la posibilidad de su propia reproducción material.
El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) difundió hace un mes los resultados de la más reciente Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo, Enemdu (2019), realizada con datos hasta marzo de este año; entre las cifras más significativas encontramos que el número de trabajadores con empleo adecuado disminuyó de 3.356.000 a 3.094.000 personas, esto quiere decir una caída de 3,2 puntos porcentuales. Adicionalmente, la cifra de desempleo y subempleo aumentó de 4.807.000 a 5.067.000, con lo que podemos concluir que aproximadamente 260 mil personas se quedaron sin empleo adecuado en este año, y, de acuerdo, a los mismos cálculos y anuncios del gobierno, el desempleo y subempleo, aumentarán debido al decrecimiento económico que sufrirá el país, fruto del acuerdo contraído con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El histórico de esta encuesta revela que desde el 2014 la cifra del desempleo, con excepción de 2015 ha ido tendencialmente creciendo, y de forma parecida, a excepción del 2018, el número de subempleados aumenta con celeridad, más que cualquier otra cifra del empleo. La realidad lacerante del subempleo, intenta ocultar las peores condiciones en que el ser humano se desenvuelve para sobrevivir, una persona es considerada subempleada por insuficiencia de tiempo de trabajo o por insuficiencia de ingresos, es decir, alguien que no ha podido trabajar el mínimo de la jornada laboral, correspondiente a 40 horas semanales o quien percibió ingresos inferiores al salario mínimo vital. Lo que no revela esta descripción es que, además, el subempleo, en su cariz más dramático, es en otras palabras la trashumancia laboral, al que familias enteras están sometidas.
La reforma laboral, anunciada por el Ministro de Trabajo, Andrés Madero, en el contexto de la Ley de Fomento Productivo 2, se encuentra dentro de todo un plan de reformas laborales graduales, concomitante con el proceso de inestabilidad y movilidad del trabajador, iniciado con la Ley de Fomento Productivo I, que el gobierno puso en marcha meses atrás.
Entre las primeras reformas que se aplicarán en adelante, encontramos la afectación de la jornada laboral ordinaria de 40 horas; la creación de un “contrato especial” que ampliaría el período de prueba a 3 años; y la eliminación del 35% de recargo en los contratos de reemplazo, ocasionales y eventuales. La eliminación de la jornada ordinaria tiene como objetivo evitar el pago de horas extraordinarias o suplementarias y extender hasta 12 horas una jornada de trabajo, por otro lado, el contrato a prueba por 3 años generaría alta rotación de personal sin goce de ningún derecho ni prestación de ley, y finalmente, con la última reforma de este paquete, se incentivará la promoción de contratos en las peores condiciones para los trabajadores.
Las reformas en el ámbito laboral, se realizan precisamente en un contexto de aseguramiento y fortalecimiento del modelo neoliberal que estos últimos gobiernos han puesto en marcha. La demanda del capitalismo flexible (Fusaro, 2016), es decir, de la acumulación del plusvalor, mediante la exacerbación de la división internacional del trabajo, la asignación de centros de producción desligados de los centros de distribución, el fomento de mano de obra cuasi esclava para abaratar los costos de producción, la movilidad de capitales y el nomadismo laboral, permitirán la valorización de las mercancías en las mejores condiciones para el capitalismo, y ello implica una tarea fuerte de los estados, para agilitar las reformas en el ámbito laboral y en todas las esferas necesarias para cumplir con este fin. La precarización y la flexibilización, son elementos que ponen en juego la estabilidad laboral, innecesaria para consolidar la violencia crónica capitalista sobre la organización social. El resultado, se observa en la permanente incertidumbre de los trabajadores y las trabajadoras.
La incertidumbre en las relaciones sociales de producción obtiene un cariz peculiar y desarrolla una paradoja en el proletariado moderno, cuya cimiente la encontramos en el liberalismo: el trabajador es libre de vender su fuerza de trabajo, pero es la clase más insegura e inestable en las relaciones laborales (Heller, 2018).
El capitalismo flexible, el modelo neoliberal y la consecuente inestabilidad, promueven un proletariado que lucha día a día contra la incertidumbre, pues en relación al esclavo, y al siervo, el proletario moderno no solo carece de los medios para su subsistencia, sino que además ve disminuida la posibilidad de su propia reproducción material.
Este modelo que utiliza y desecha al ser humano en períodos cada vez más cortos reduciéndolo en unos casos a objeto itinerante de la producción y, en otros, sometiéndolo a la condición de ejército de reserva, pone a prueba su propia reproducción material. Los contratos indefinidos son reemplazados por contratos basura, que permiten descartar o moldear al trabajador de forma funcional a los vaivenes agresivos de la economía de mercado. Las reformas laborales, en lugar de permitir reducir la tasa de desempleo las aumenta, en la medida en que hay más trabajadores desechables que permanecen cada vez más tiempo en el desempleo o laborando por cuenta propia, en condiciones miserables.
El argumento que utiliza el sector empresarial, instalado amplia y hegemónicamente en el actual gobierno, aduce que las reformas laborales permitirán generar mayor empleo, sin embargo, como ya lo hemos anotado en cifras, la tendencia del empleo precario (subempleo) y desempleo crecen, a pesar de tener en marcha una ley de aparente fomento productivo. Las reformas laborales, entre otras, provocarán la pérdida de derechos, la precarización del trabajo, y la permanente incertidumbre en el sector más empobrecido de la población.
Los discursos de los apologetas neoliberales encuentran su límite al observar ejemplos como la endeble recuperación económica de los Estados Unidos, corazón del imperialismo, tras la crisis del 2008, al implementar las medidas de shock del neoliberalismo: salvataje público a la banca privada y fomento de la precarización y la flexibilización que, en suma, han ampliado la brecha entre ricos y pobres y han transferido las crisis sobre los hombros de los más explotados.
Como lo menciona Heller (2018) “la incertidumbre resulta un rasgo inherente y a su vez, un resultado de la organización social de las relaciones de trabajo”, sometida a los movimientos violentos y bruscos del capital con el objetivo de acumular cada vez más. Ello ha permitido que la burguesía moderna intensifique su condición de clase para sí, es decir, su estrategia de lucha contra cualquier posibilidad de mejoramiento de las condiciones de trabajo, salario, aseguramiento social, etc. La burguesía moderna tiene claro que la valorización de la mercancía, sólo es posible mediante la producción y el trabajo del ser humano, y cuanto más explotado y desorganizado se halle, la tasa de acumulación crecerá. Quizá el único aspecto que la burguesía olvida es que cuanta más contradicción de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, mayor la posibilidad de transformación de las condiciones del enajenamiento. En un momento determinado este mismo capitalismo salvaje va generando las condiciones materiales para su propia destrucción.
Bibliografía
Enemdu. (Abril de 2019). Ecuador en cifras. Obtenido de http://www.ecuadorencifras.gob.ec/documentos/web-inec/EMPLEO/2019/Marzo/032019_Mercado%20Laboral_final.pdf
Fusaro, D. (2016). Capitalismo flexible. Precariedad y nuevas formas de conflicto. La Paz: Letravista.
Heller, P. (2018). Incertidumbre y capitalismo. Topía.
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