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Salvo el poder, todo es ilusión

Los gobiernos socialdemócratas apenas consolidaron un Estado del bienestar sin base social, y sus antiguos electores, ahora, votan sin pudor a la derecha conservadora. Por ello, se necesitan nuevas lecturas sobre la estrategia, que superen la negación teórica fundamentada en el pensamiento antiestratégico, y la negación política presente en las últimas experiencias de movilización social que no condujeron a la toma del poder.

El inminente giro conservador ocurrido en los países de la región podría afirmar la tesis de que el poder no se construye desde arriba, como decreto o imposición de la clase gobernante, sino como resultado de la lucha y la organización social. Esta afirmación cobra sentido tras realizar un balance de los gobiernos socialdemócratas en América Latina, y la poca o nula capacidad de organización popular que se produjo en aquellos años.

Pero para profundizar en este planteamiento, caben varias reflexiones que nos obligan a mirar el siglo XX. La caída del muro del Berlin (1989) nos obligó a suponer que la construcción del socialismo era una quimera del pasado, y que la toma del poder sólo sería viable a través de las urnas. Más aún, cuando una nueva cuadrilla de gobernantes nos sorprendió entonando a coro El pueblo unido jamás será vencido o condecorando a los guerrilleros perseguidos en nuestro continente.

Los movimientos sociales que los auspiciaron desconocían la importancia del partido de vanguardia, y suponían que los nuevos repertorios de acción colectiva alcanzarían para redefinir la estrategia orientada a la toma del poder. Nada más lejos de la realidad. El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Brasil, el movimiento indígena en Ecuador y Bolivia o el peronismo argentino, apenas generaron una respuesta a algunos interrogantes, pero no fueron su alternativa.

Ante lo que parece el final de este camino, podemos concluir que realmente nunca existió, en esta América Latina contemporánea, un proyecto de izquierdas que permitiese configurar un bloque hegemónico contra las élites económicas; por el contrario, muchas fueron sus beneficiarias. Así, la deuda más grande que nos deja el socialismo del siglo XXI es la desmovilización y la desorganización, por lo que es impostergable la necesidad de construir un partido de vanguardia que organice la lucha social y que no tenga como horizonte utópico la vía electoral.

 

PRESIDENTES AMERICA LATINA

 

La teoría del partido encuentra a un clásico que se presenta sólo. Vladímir Ilich, que presenció el fusilamiento de su hermano en el patio de la escuela donde impartía clases, entendió tempranamente que la agitación deja vulnerables a los agitadores, y que el único camino posible es la organización secreta, selecta y de cuadros. Más de tres décadas le tomó a Lenin construir el partido clandestino que derrocó al zar Nicolás II y a la tendencia democrática-burguesa de los mencheviques. Su lectura minuciosa de la obra de Marx y Engels, su apasionamiento y su agudo olfato político, le permitió construir el primer Estado socialista en el mundo.

La virtud de su obra radica en discutir, desde otro frente, los acontecimientos económicos y políticos de inicios del siglo XX. Lenin encontró en la amenaza latente de un conflicto bélico global, en las secuelas del capitalismo central y en el naciente movimiento obrero, las condiciones más propicias para delinear los caminos de la revolución socialista. Además, sus escritos dirimen, al menos, tres escenarios: el primero, discute la necesidad de la organización de la clase obrera y la conformación de una vanguardia a la que denomina “partido”, sin el cual, las luchas de los obreros del mundo resultan infructuosas. Sus ensayos ¿Por dónde empezar? y ¿Qué hacer?, son dos de sus obras más representativas de esta línea. Lenin, de este modo, comprendió que la organización de los trabajadores era clave en el conflicto de clases, pues sólo el proletariado coordinado conseguiría tomar el poder y construir un nuevo Estado.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la mayor parte de los partidos y organizaciones de izquierdas se adscribió a la -entonces- nueva vía de articulación popular a través de los movimientos sociales. Dicha tesis, tras el pasar de los años, ha quedado invalidada: poco o nada han conseguido los obreros del mundo desde que el retorno del actor prometió abrirse paso entre el anquilosado y burocrático Estado socialista.

El segundo de los escenarios es una crítica al estadio más alto del capitalismo, al que denomina imperialismo. Lenin avizoró la deslocalización de la industria, y entendió que los negocios de los burgueses rebasaban la cuestión nacional. El imperialismo, en sus propias palabras, es una “fase superior del capitalismo” en la que los obreros de la periferia son los más explotados. O debería decir explotadas, pues, en su mayoría, quienes trabajan en las maquilas o en las fábricas del sudeste asiático a cambio de ínfimos salarios son mujeres. En esta circunstancia, la actual, la organización de los trabajadores es más primordial que nunca, pero no a través del sindicalismo tradicional. La izquierda debe parir otra forma, un sindicato moderno, un nuevo lugar de encuentro y de lucha.

 

Vladimir Lenin - RUSIA

 

En el tercer y último escenario, Lenin reflexiona la superación del modo de producción capitalista y la instauración de la dictadura del proletariado, a la que entiende como un sistema de democracia de los trabajadores. En su libro El Estado y la revolución, presupone la extinción progresiva capitalismo hacia el comunismo, como la expresión más alta de la sociedad sin clases. Para ejemplificar esta tesis, relata cómo el Estado soviético se constituyó en un referente de la izquierda mundial al construir una vía al socialismo a través del internacionalismo proletario, el centralismo democrático y la democracia de base representada en el poder de los soviets.

Los intentos de la III Internacional por construir el socialismo en otros lugares del mundo fracasaron cuando pretendieron emular el triunfo soviético de 1917, o peor aún, defender tesis reformistas producto de una dilatada experiencia de participación electoral. Al interior, se provocaron varias reflexiones que se aglutinaron en el llamado marxismo occidental,  dominante en el pensamiento de la izquierda europea latina, cuya propuesta, sin embargo, no pudo contrarrestar el impacto aletargado de la prosperidad capitalista de los años cincuenta sobre el conjunto de las masas trabajadoras, ni la presión ejercida por el centro imperialista.

En suma, los escenarios propuestos hablan de la vigencia del partido como organizador del proletariado. Los gobiernos socialdemócratas apenas consolidaron un Estado del bienestar sin base social, y sus antiguos electores, ahora, votan sin pudor a la derecha conservadora. Por ello, se necesitan nuevas lecturas sobre la estrategia, que superen la negación teórica fundamentada en el pensamiento antiestratégico, y la negación política presente en las últimas experiencias de movilización social que no condujeron a la toma del poder. En América Latina, nos enfrentamos a otro caso más de influencia relativa o de la política sin estrategia.

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Cristina Benavides

Comunicadora, socióloga y comunista, aunque ya no esté de moda.