Si bien es cierto que la vieja interpretación marxista que considera al fascismo como una reacción burguesa del capital monopolístico a la revolución socialista resulta hoy ingenua y simplista, también lo es afirmar que este movimiento político es o ha sido alguna vez anticapitalista, como pretenden hacernos creer algunos teóricos liberales. Al contrario, el fascismo siempre ha mantenido una relación de sumisión hacia el capital nacional y extranjero
Se acerca el 20 de noviembre y, como cada año, los fascistas españoles conmemoran la muerte sus dos principales referentes: Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española. En esta ocasión, el aniversario se celebra en un contexto muy particular para el fascismo patrio. Por un lado, el pasado 24 de agosto, el gobierno socialista de Pedro Sánchez aprobó un decreto-ley que permite la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, el conjunto monumental situado en San Lorenzo del Escorial en el que están enterrados el dictador fascista y más de 30.000 combatientes de la guerra civil de ambos bandos, construido por prisioneros políticos republicanos. A pesar de la negativa de la familia de Franco y de los monjes benedictinos que gestionan el enclave, se prevé que el traslado del cuerpo se haga efectivo a más tardar en enero del próximo año.
Por otro lado, desde que en octubre el hasta ahora irrelevante partido Vox llenó de simpatizantes el Palacio de Vistalegre en Madrid con un discurso contra los inmigrantes y los “golpistas” en Cataluña, la extrema derecha española ha logrado un grado de atención mediática que no había tenido desde hace décadas. Según las últimas encuestas, por primera vez desde 1979 un partido abiertamente fascista tiene opciones de lograr entre tres y cinco escaños en el Congreso de los Diputados. La -por ahora, supuesta- irrupción de Vox en el escenario político se produce en un contexto internacional en el que las fuerzas políticas neofascistas han entrado en 17 parlamentos nacionales de la Unión Europea, e integran el gobierno en Hungría, Polonia, Eslovenia, Estados Unidos, Austria, Italia o, más recientemente, Brasil.
Estos acontecimientos ponen encima de la mesa la importancia de la recuperación de la memoria histórica en países que, como España, han sufrido una dictadura fascista. Desde el punto de vista de la lucha contra el fascismo, la memoria no solo evita el olvido de los crímenes cometidos por la dictadura y la invisibilización de las víctimas, sino que, como señalan Aleida Assman y Linda Shortt “es en sí un poderoso agente de cambio”. En este sentido, las políticas de memoria, como la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, no se limitan al ámbito de lo simbólico, como afirman sus críticos de izquierda, sino que también generan efectos materiales sobre la movilización social, en cuanto que rememorar el pasado puede ayudar a construir una alternativa futura al sistema capitalista y, a la vez, crear un dique de contención contra el fascismo. La memoria histórica permite a las nuevas generaciones conocer qué repertorios de acción colectiva fueron exitosos en la conquista de los derechos civiles, políticos y sociales que hoy son amenazados, y cuáles son los riesgos que entraña la normalización política de partidos como Vox.
No nos engañemos. Vox es un partido fascista. El fascismo es un movimiento político con una ideología compleja que adopta distintas expresiones dependiendo de la coyuntura histórica de cada país, pero tiene algunas características comunes como la defensa del autoritarismo, la exaltación del nacionalismo excluyente, el señalamiento a los extranjeros pobres o a los “antipatriotas” como culpables de los problemas de la nación, el enaltecimiento del imperialismo, la negación de la lucha de clases y la defensa de la unidad de las clases capitalista y trabajadora en torno al proyecto nacional. Si bien es cierto que la vieja interpretación marxista que considera al fascismo como una reacción burguesa del capital monopolístico a la revolución socialista1 resulta hoy ingenua y simplista, también lo es afirmar que este movimiento político es o ha sido alguna vez anticapitalista, como pretenden hacernos creer algunos teóricos liberales.2 Al contrario, el fascismo siempre ha mantenido una relación de sumisión hacia el capital nacional y extranjero.
Por eso no es de extrañar que, a pesar de su retórica proteccionista y en contra de la globalización, Vox incluya en su programa medidas neoliberales como la reducción de impuestos a las grandes empresas y rentas altas, la suspensión del impuesto al patrimonio y a las sucesiones, la implementación de un modelo mixto de pensiones o la puesta en marcha del cheque escolar para que el Estado financie a los colegios privados. En España, estos nuevos fascistas, al igual que sus pares en Europa, han prometido, entre otras cosas, prohibir partidos, clausurar mezquitas, expulsar a los inmigrantes ilegales y cerras las fronteras a los refugiados, pero también han propuesto reformas que tienen que ver más con el carácter castizo del nacional-catolicismo español como eliminar las Comunidades Autónomas, centralizar las competencias del Estado, promover la tauromaquia, cuestionar el feminismo, prohibir el aborto, abolir el matrimonio entre personas del mismo sexo o derogar la Ley de memoria histórica de 2007. Esto último, según ellos, porque “manipula y divide a los españoles”.
Ante la pregunta de qué debemos hacer ante el avance del fascismo se abre un debate complejo y agitado en el seno de la izquierda. El aumento de intención de voto a los partidos de extrema derecha tiene, a priori, algunas ventajas teóricas para los partidos progresistas: en el plano electoral, podría dividir el voto del electorado de derecha, lo que se traduciría en una reducción de escaños conservadores en el parlamento; desde el punto de vista de la representación, los partidos de derecha moderada podrían centrarse en sus electores naturales, evitando apelar a los más extremistas, ya que estos contarían con una opción de voto útil y abiertamente fascista.
Sin embargo, estos escenarios hipotéticos casi nunca se dan en la práctica. Como hemos comprobado con la reciente victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, el fascismo es una amenaza real que no debemos subestimar. No se trata de un fenómeno histórico excepcional, sino de un movimiento político que cuenta con la complicidad del mercado financiero internacional, capaz de competir electoralmente en contextos muy dispares y de conformar mayorías suficientes para llegar al gobierno. En España, partidos como Vox, con sus discursos aparentemente anti statu quo, pueden atraer a algunos sectores populares y de clase media desafectos con la clase política tradicional, favorecer la incursión de algunas de sus propuestas en la agenda política (como el tema de la inmigración), o atraer al resto de fuerzas -también a algunas autodenominadas de izquierda- hacia posiciones xenófobas.
La exhumación de Franco del Valle de los Caídos por el gobierno español es algo más que un simple gesto del PSOE hacia su electorado situado más a la izquierda para competir con Unidos Podemos. Puede ser el primer paso para impulsar una nueva ley de memoria que reconozca el derecho a la reparación de las víctimas de la guerra civil y la dictadura, y promueva un nuevo relato histórico. De este modo, la lucha por la memoria es una de las muchas que estamos obligados a afrontar, ya que puede proporcionarnos una valiosa herramienta para promover el cambio político y recordarnos en todo momento a quienes debemos combatir.
Referencias
- Fritz Sternberg, Nikos Poulantzas y Reinhard Khünl son algunos exponentes de esta interpretación del fascismo.
- Autores liberales como Friedrich Hayek, Karl Popper o Ludwig von Mises definieron al fascismo como anticapitalista y lo equipararon con el socialismo, ignorando o minimizando las profundas diferencias programáticas entre ambos movimientos.
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